Circula por la red un texto venenoso. Lo reputo por tal porque, entre algunas verdades innegables, campan muchas medias verdades, además de concluir en ofensivas generalizaciones que deberían ofender a cualquier persona de bien. Leyendo estas mamarrachadas, se podría llegar a creer que, antes de la oleada de inmigración ocurrida en los últimos años, España era una especie de Arcadia Feliz sin inseguridad ciudadana, sin peleas, sin maltratos, sin delincuentes, sin parásitos sociales, sin aprovechados, sin vagos, sin prebendas, sin minorías abonadas a subsidios, exenciones, ayudas directas o indirectas, regalos, sin gentuza que compraba una VPO para venderla a precio de la Moraleja…
A juzgar por este nauseabundo panfleto, se podría deducir que esto era el cielo, y que de ese cielo vineron a sacarnos los inmigrantes. Los malvados inmigrantes.
Yo, sin embargo, recuerdo un país en el que había trabajos que nadie quería hacer porque se estaba mucho mejor viviendo del PER, del paro, de la peoná, un país en el que las bajas médicas se cogían como los higos, un país en el que el cumplir con el deber, con las obligaciones cotidianas, era “de gilipollas”. Un país de voceras y de chulitos, un país de “imprescindibles”, de “qué bueno lo tuyo, Pepe”, de “arregla lo mío, Manolo”. Un país de vergüenza. Antes, sin los inmigrantes, y ahora con (pero no necesariamente por culpa de) los inmigrantes. No cabe duda de que algunas cosas han empeorado, otras simplemente han cambiado, pocas han mejorado, pero es el signo de los tiempos, y condenar y señalar con el dedo a todos los inmigrantes es una indecencia
Yo, por motivos laborales, me los he cruzado de muchos orígenes distintos. Argelinos que regateaban el precio, pero pagaban al día y traían al primo. Marroquís tímidas que hablaban como el morito de Makinavaja, pero que pagaban al día. He conocido búlgaros y rumanos a los que he visto prosperar, comprar un piso, aprender el idioma, criar a sus hijos, y trabajar como auténticos burros. He visto sudamericanos extremadamente correctos, sin una palabra más alta que la otra, que trataban con cortesía al personal de mi establecimiento, y cuyos niños, al ser atendidos, daban un ejemplo de educación a buena parte de los niños españoles coetáneos. Tambien los he tenido malos, qué duda cabe, pero son los menos, y casi no me acuerdo. Por supuesto, no me extiendo en consideraciones sobre lo que tiene que ser vivir a medio mundo de distancia de los padres o de los hijos, porque no me gustan las cosas lacrimógenas, pero he conocido casos desgarradores.
Para finalizar, considero que en esto, como en tantas cosas, hay de todo. Y cuando hay de todo un alma que por lo menos pretenda ser justa y ecuánime deberá distinguir el grano de la paja y abstenerse de dar pábulo a panfletos como el que nos ha ocupado. Personalmente, cerraría mi blog antes que dar bombo a un panfleto de semejante calibre.