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CARTAS MARRUECAS

UN VIERNES MÁS, UNA VENTANA AL CIELO

En 1603, el  polifonista abulense Tomás Luis de Victoria, ya en sus cincuenta y siete años (anciano sin duda para la época), compuso lo que se conoce vulgarmente como su Requiem, aunque la suntuosa edición madrileña de 1605 lo titula Officium defunctorum sex vocibus. La ocasión propiciatoria fue el fallecimiento, en el convento de las Descalzas, de la Emperatriz María, viuda de Maximiliano II de Austria. La música de Victoria, toda ella, es de una extremada belleza, de una ilimitada serenidad, y tambien de una extraordinaria pericia técnica. No en vano fue enviado a Roma por Felipe II, y coincidió allí con Palestrina, al que en mi particular opinión no tiene ni un punto que envidiar.

En nuestros días sigue en pie el convento, e incluso se ha colocado una placa conmemorativa en el lugar donde se erigió la casa de frailes en la que vivió Victoria. Son sombras tanto la emperatriz como el músico. No así la música que compuso. La música de Victoria es luz. Dede que la conozco vuelvo a ella, no todos los días, pero sí todas las semanas, y sigue proporcionandome la misma intensa sensación de plenitud, de emoción, de comunión con lo Bello. Han pasado los años, y lo que al principio era pasmo por las cualidades estéticas de esta música, se ha añadido una íntima comprensión de la profundidad moral que atesora y evoca. A ello sin duda ha contribuido la familiaridad con los textos, de los cuales éste que hoy les ofrezco (Job 10:1-2) es, simplemente, sobrecogedor.

Disfrutenlo todas las veces que haga falta. En mi caso son, sin exagerar, varios cientos. Como la luz, esta música es siempre distinta, y siempre hermosa. Que pasen Vds un felicísimo fin de semana.

 

1 comentario

Natalia Pastor -

Una auténtica joya.
Feliz fin de semana y que descanses.